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Hoy 26 de marzo de 2020 se preveía lluvia y ha salido el Sol.
Al salir a la calle, todo estaba muerto. Nadie por aquí, nadie por allá. El Taxi, que había pedido la noche anterior, llega puntual y me espera en la puerta. La dirección es el Hospital.
Durante el largo trayecto, converso con el conductor agradablemente sobre el confinamiento de toda la cuidadanía, sobre la enfermedad que nos acecha y sobre la falta de precauciones de cierta gente, que nos perjudican a todos.
Nada le cuento de otros pormenores propios al conductor, ni de si yo estoy tomando sufiencientes precauciones.
Llegó al Hospital y me dirijó a la sala de espera. He llegado media hora antes y me da tiempo a consultar el móbil y hacer alguna que otra partida de ajedrez. Pero la espera termina haciéndose larga y, al final, llega a ser una hora de espera.
Ya en la consulta del doctor, éste pregunta y pregunta, para realizar el historial clínico. Yo le interrumpo proponiéndole una teoría mía sobre la enfermedad y éste se lo toma a la valiente. Al final cedo y éste, cabezota, sigue en sus trece. Finalmente, me cuenta su estrategia y me cita para otro día después de una prueba de escáner.
Vuelvo a coger un taxi para la vuelta, que encuentro justo en la puerta del Hospital. ¡Suerte la mía! Le doy conversación al conductor y nos acabamos contando nuestras vidas. Le doy consejos sobre su trabajo y que debe cambiarlo por algo que le apasione. Y, cuando casi lo convenzo, acaba diciendo «que no es valiente y que es muy conservador». Y a la porra sus sueños y proyectos por falta de ambición.
Llego a casa, dejo las bambas en la puerta y me limpio las manos con jabón. Me quito la mascarilla y me cambio de ropa.
Finalmente, me preparo un café y le cuento a mi mujer la aventura.
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